No es la Capilla Sixtina del Vaticano, pero las pinturas en sus muros y techos de 250 años de antigüedad también son dignos de admirarse junto al valor histórico del inmueble durante la guerra de Independencia. Se trata de la capilla de Jesús Nazareno en la comunidad de Atotonilco, San Miguel de Allende.
Es un lugar en donde parece que el tiempo se detuvo en la época cuando el cura Miguel Hidalgo pasó por este lugar y al salir llevaba el estandarte de la Virgen de Guadalupe, la primera bandera de México. Al estar en este lugar sorprende saber que él no fue quien la tomó de su interior ni tampoco es la imagen conocida popularmente.
Desde el momento en que uno llega a Atotonilco, el lugar cautiva. Las calles empedradas, fachadas rústicas de varias de las viviendas sobre la calle principal que, dicho sea de paso, es parte del camino real que comunicaba San Miguel el Grande a 14 kilómetros de distancia, con el entonces pueblo de Dolores.
Sin embargo, el atractivo principal de este lugar es precisamente la capilla de Jesús Nazareno. Declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 2008, es una pequeña iglesia enclavada a la mitad del pueblo y que pareciera a simple vista que no tiene una orientación adecuada. Pero todo tiene un por qué.
La iglesia fue edificada por instrucción del padre Luis Felipe Neri de Alfaro en 1740 e inspirada en el Santo Sepulcro de Jerusalén. De hecho, el acceso principal en lo que pareciera ser el costado del edificio, está orientado hacia la Ciudad Santa en medio oriente.
Desde que uno entra, de inmediato llama la atención el decorado de las paredes y el techo: cientos de figuras que ilustran diversos pasajes bíblicos dentro del barroco popular mexicano.
En el acceso, mientras cruje la madera con el paso de los visitantes, hay que poner atención a los primeros murales que se ubican en el techo y en las paredes de acceso. Conforme uno se adentra hacia la nave principal, las pinturas van contando la historia de la pasión de Cristo.
Así fue la idea del autor de las pinturas, Antonio Martínez de Pocasangre, quien se llevó 30 años para poder pintar paredes y techos al detalle para contar esa historia.
“Fue una idea del padre de ese entonces, que la gente que viniera pudiera ver la historia de la pasión de Cristo desde que entraba a la iglesia. La historia cuenta que se tardaron 30 años pero la terminaron con ese objetivo”, mencionó una de las monjas que administran una cafetería aledaña.
Esto significa que en 1810 los murales son mudos testigos del momento en llegó el cura Miguel Hidalgo con la comitiva que le acompañaba desde el pueblo de Dolores, tras la arenga que realizó al pie de su iglesia aquélla mañana del 16 de septiembre de ese año.
“El cura Miguel Hidalgo llegó aquí al atrio esa mañana con toda la gente de Dolores. Se bajaron de los caballos y él entró a la parroquia. Fue a la Sacristía en donde había una imagen enmarcada de la Virgen de Guadalupe, rezó un poco y regresó al atrio.
“Ahí lo esperaban Allende y Aldama, cuando en eso salió una persona que iba entre la gente, se metió a la parroquia y arrancó la imagen de la Virgen de Guadalupe. La amarró a un palo en forma de cruz y se lo pasó a Hidalgo y Allende enfrente de todos los demás. La gente ya estaba impaciente y enojada, querían continuar el camino a San Miguel el Grande, por eso decidieron no regresarla a la parroquia y que esa imagen fuese al frente del contingente”. Así se volvió la primera bandera de México.
Es decir, la imagen que todos conocemos como el “estandarte de Hidalgo” no es el que encabezó el naciente ejército insurgente. Fue un cuadro con la imagen completa de la Virgen de Guadalupe.
La imagen con la virgen de Guadalupe al centro y algunos elementos alusivos a la corona española y que se conoce como “el estandarte de Hidalgo”, en realidad es “el Blasón de Hidalgo”, una figura que ya traían entre la multitud Allende y Aldama desde que salieron de Dolores.
Los originales “El Estandarte de Hidalgo” y “El Blasón de Hidalgo” se encuentran actualmente bajo resguardo y exhibición en la Sala de Banderas del Museo Nacional de Historia de México, mientras que al interior de la parroquia hay una copia del Blasón.
Otro de los atractivos de la parroquia son las esculturas que representan la Pasión de Cristo momentos antes, durante y después de la crucifixión, los cuales se encuentran en un área reservada donde hay que pagar 15 pesos para poder entrar.
Punto y aparte en Atotonilco es su deliciosa gastronomía callejera. Durante los fines de semana se colocan varios puestos de comida en la calle principal antes de llegar a la parroquia y en donde el gran atractivo son las gorditas y quesadillas de huitlacoche con guisados: chuleta, huevo, bistec, cerdo en chile pasilla, papas, nopales, picadillo, bistec con salsa verde. ¡Todos una delicia!
Es un lugar ideal para visitar una mañana en fin de semana, respirar historia y almorzar algo delicioso y económico en familia, a sólo 67 kilómetros de Celaya y rodeado de varios hoteles y parques acuáticos que se alimentan de diversos manantiales de la zona. Ese tema es para otra reseña.