Restauranteros y prestadores de servicios en la pequeña comunidad de La Angostura en Valle de Santiago, a la orilla de la laguna de Yuriria, han entrado en crisis y desesperación debido al paro de actividades turísticas desde hace 6 semanas en este lugar, a causa de la contingencia sanitaria por el coronavirus.
Muchos ya no tienen recursos para reiniciar actividades una vez que pase la contingencia sanitaria y desconocen de los apoyos que ofrecen los gobiernos estatal y federal para hacer frente al paro de actividades por la pandemia.
“Estamos desesperados. Tenemos seis semanas que paramos actividades por lo del coronavirus y ya no tenemos dinero. Lo que queda es para mantener a la familia, llevar algo de comida, pero ahora que pase esto no hay dinero para volver a comprar refresco, cerveza e ingredientes para los platillos que preparábamos” dice tajante Fernando, uno de los socios del restaurante ‘El Marinero’ en este lugar.
“Tengo 5 hijos. A la más pequeña ya no le podemos comprar leche y le estamos dando agua de arroz. Para comer nosotros salgo a pescar a la laguna y a cortar nopales en el cerro y así gastar menos el poco dinero que nos queda. ¿Autoridades?, sólo vinieron a decirnos que ya no podemos abrir ni atender a la gente, que si nos ven con personas adentro nos pueden clausurar, pero de apoyos del gobierno nadie nos ha dicho nada”, mencionó.
La Angostura se encuentra a 55 kilómetros de Celaya. Para llegar hay que tomar la carretera a Cortazar, luego a Jaral del Progreso, a Victoria de Cortazar al pie del Cerro del Culiacán y después hacia Loma de Zempoala en el lado norte de la laguna de Yuriria.
Este lugar se ha caracterizado en los últimos años porque cada fin de semana y días festivos recibe a miles de visitantes de lugares como Celaya, Irapuato, Salamanca, e incluso de ciudades más distantes como León, Silao, Querétaro y Morelia.
Hasta antes de la contingencia los restaurantes ofrecían diferentes presentaciones de alimentos preparados con mojarra, bagre, camarón y cortes de carne, acompañados de cerveza, refrescos o aguas de sabor. También eran frecuentes los paseos en lancha por la laguna de Yuriria e incluso practicar algunos deportes acuáticos.
El lugar también servía para que decenas de comerciantes ambulantes ofrecieran productos a los visitantes como postres, hamacas, sombreros, y utensilios para que los niños pescaran en la orilla durante la estancia de las familias.
Hoy no hay nada de eso. Los estacionamientos están vacíos y las sillas y las mesas replegadas al pie de las palapas. La imagen actual es más cercana a un pueblo fantasma que a una ciudad que tenía vida y bullicio cada fin de semana, con estacionamientos llenos y una danza constante de clientes entre las mesas y andadores.
“Ahorita lo que nos queda es seguir reparando las redes y pescar para comer nosotros, porque como no hay gente, la venta del pescado también se acabó. Un kilo de pescado ahorita nos lo compran en 20 pesos porque ya no hay demanda… no sé si vamos a aguantar, cada día es más difícil y tenemos familia” lamentó Josefina González, otra de las habitantes del lugar que dependían del turismo semanal.
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