22/11/2024

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“Yo iba a entrar ahí a ayudarles, papá”

EDITORIAL

Por: Celso De La Cruz

Celaya, Gto., a 07 de junio del 2020. Se vale llorar. Para muchos les parecerá curioso el que yo escriba, sin embargo tengo años haciéndolo y colaborando tanto para periódicos como para revistas. Hoy me pidieron escribir una reflexión. Me es difícil hacerla y he borrado una y otra vez lo que desde hace horas quiero expresar. Y es que busco y rebusco la manera de ser objetivo sin llegar a la exageración y sobretodo al sobresalto y no puedo: el dolor no me deja.

Mis ojos se han puesto lagrimosos y por momentos, siento un nudo en mi garganta. Es un vacío enorme, como un golpe en mi estómago, un dolor que me cala en todo mi ser. Veo en las redes lo sucedido ayer (sábado) a plena luz del día, me sorprendió y me devastó. Un atentado más, perpetrado por “los malos” que rigen nuestra ciudad.

Pensé que sería algo común, algo a lo que los celayenses desafortunadamente ya nos estamos acostumbrando. No fue así, fue un acto cobarde y dantesco. Bombas molotov, armas largas y granadas ponían el punto de terror a nuestra endeble calma y enlutaban varias familias.

Mientras trataba de escribir este artículo, entró mi hijo a mi estudio y con un tono de incertidumbre y tristeza en su voz me pregunto si sabía lo qué pasó en un taller donde arreglaban autos. Le contesté afirmativamente y se sentó a mostrarme su celular donde se veía la foto de un joven al cual nunca tuve el gusto de conocer, pero que según mi hijo era un chico ejemplar, inteligente, dinámico, creativo.

Me señaló que el joven era su conocido porque en alguna ocasión fue a ese mismo taller con un amigo a quien le arreglaría su auto con algunas franjas para hacerlo ver más deportivo, y ahí pudo platicar con este joven, ahora una víctima más de la delincuencia, y quien junto a dos de sus Hermanos y otro joven de apenas 16 años fueron masacrados por la violencia y terrorismo que impera en nuestra ciudad.

Mi hijo, a quien le apasionan los autos, siguió contándome con emoción cómo se identificó con estos jóvenes tan llenos de ganas de comerse al mundo. Jóvenes emprendedores que soñaban con terminar su carrera y con poder ayudar a sus familias y extender su negocio a otras ciudades. Querían llegar a ser más productivos y mostrarle al mundo sus técnicas en el Grapping.

De pronto como agua fría, sentí las siguientes palabras de mi hijo: “ Yo iba a entrar ahí a ayudarles papá”. La angustia y el temor se presentó en mi y pude imaginar a los padres de estos jóvenes, a sus hermanos, sus familiares, sus amigos. Igual que ellos, yo podría estar llorando hoy a mi hijo.

Me aterra la idea de no saber hasta cuándo va a parar tanta impunidad. Hasta cuándo podremos vivir sin miedo. Miedo a perder lo que más amas, miedo a te quiten por lo que has trabajado día a día.

Me solté a llorar como si yo fuera ese padre que hoy es protagonista de un inmenso dolor, o esa tía que desesperada y llena de angustia daba a saber la pérdida de su sobrino. Lloré como tal vez lloraron esos amigos del Tec de Celaya la pérdida de un excelente estudiante, me sentí impotente, temeroso, porque no sé si solo encomendando a mi hijo a Dios, o dándole consejos pueda librarlo de todo mal … mal que existe en todos lados, con la diferencia que aquí ya está entre nosotros.

Creo que hoy se vale, se vale llorar, llorarle a esos muertos porque son nuestros, porque son de todos, de todos los que queremos paz. Hoy cambió la vida para muchos, hoy una vez más se quebró el corazón de una ciudad que se duele y se lamenta por la irreparable pérdida de otros de sus apreciables hijos.