En el último año, en Celaya ha habido más de 600 casos de mujeres en situación de violencia y que han solicitado atención psicológica y orientación legal, pero muy pocas se han atrevido a dar el siguiente paso para continuar el proceso de atención y sanción a la violencia que reciben por parte de sus parejas.
Esto se debe al entorno social machista y patriarcal en el cual han crecido y que las ha llevado incluso a normalizar la violencia que reciben, es decir, las agresiones físicas, psicológicas o económicas ya las ven como una situación normal, explicó Magdalena Zapiain, directora del Instituto de la Mujer Celayense.
“En el último año hemos recibido a más de 600 mujeres que solicitaron atención psicológica y jurídica por la violencia que reciben de sus parejas. Incluso, varias de ellas han sido candidatas para irse a un albergue en donde pueden continuar su proceso de atención y resguardadas para poner a salvo su integridad física y evitar nuevos actos de violencia de sus parejas. Ninguna ha querido.
“Por un lado es el miedo a no estar en contacto directo con sus familiares porque ni ellos saben en dónde está el albergue y al mismo tiempo temen que al salir se incremente la violencia hacia ellas por parte de sus parejas o que haya alguna especie de venganza hacia sus familiares y la violencia sea mayor. Son casos de mujeres que viven con hombres muy violentos, por lo general adictos a algo y aunque se les explican las condiciones en que estarán en el albergue y que estarán a salvo, no han querido”.
Por ejemplo, contó el caso de apenas hace un mes en donde una mujer de 18 años era violentada muy fuerte en todas las formas: física, psicológica y económica. Se embarazó a los 16 años y se fue a vivir con su pareja, el cual es un hombre drogadicto, posesivo y extremadamente celoso, al grado de dejarla encerrada en la casa y sin comer a ella y sus dos pequeños hijos de 2 años y otro de apenas meses hasta que él regresara.
El bebé más pequeño muere por enfermedad y desnutrición, entonces ella decide salirse de la casa y pedir ayuda. Se le dio atención psicológica, legal y se le ofreció albergarse para evitar nuevas agresiones a ella y a su hijo mayor. Sólo estuvo dos días en el albergue y se salió por el temor a que su mamá y hermanos fuesen víctimas de agresiones de su pareja y que la violencia hacia ella fuese peor a su regreso.
Ahora vive con su mamá pero existe el temor que su pareja en cualquier momento pueda buscarla y agredirla nuevamente.
“Nosotros no podemos obligarlas a seguir con el proceso de atención psicológica, orientación jurídica o que se alberguen. Debe ser una decisión propia, pero no quieren continuar con el proceso. Es el miedo a dar el siguiente paso y enfrentar una vida sola sin una pareja, a no ser autosuficientes económicamente hablando y prefieren aguantar las condiciones de violencia en las que viven.
“Han sido principalmente de colonias y comunidades en donde la violencia es muy marcada y por ello han crecido en un entorno familiar donde también predomina la violencia, al grado de percibirla como algo normal. Muchas nos dicen ‘a mi mamá, mi papá le pegaba casi diario cuando llegaba de trabajar. A mi no tanto, mi pareja nada más me pega y me deja un ojo morado cuando llega borracho o drogado”.
La inmensa mayoría de los casos son mujeres jóvenes, que se embarazaron a temprana edad y se fueron a vivir con sus parejas sin llegar a casarse. Por eso en la orientación legal no pelean un divorcio, nada más buscan la custodia legal de los hijos y que se les pase pensión alimenticia, pero ninguna ha buscado finalizar el proceso.